martes, mayo 21, 2013

SOLEDAD ADOLESCENTE


Mayte Rius - La Vanguardia

La figura del joven solitario, aislado, con frecuencia se vincula a persona marginada, rara, asocial e, incluso, candidata a desequilibrios psicológicos. Es habitual escuchar la coletilla “era un joven solitario” para describir a los autores de matanzas y de otros actos atroces. Y ello hace que muchas personas consideren que es un problema ser solitario durante la adolescencia.

Sin embargo, hay una parte de la soledad del adolescente que es absolutamente necesaria para el desarrollo, para convertirse en un adulto sano, de modo que quizá lo preocupante es que no muestren cierto distanciamiento. Porque, explican los psicólogos, una cosa es la soledad y otra la socialización, y que un adolescente quiera o necesite estar solo no tiene ni debe ser sinónimo de secretismo ni de aislamiento. Es a estas distinciones a las que los padres han de estar atentos. No es lo mismo que un adolescente quiera estar solo porque necesita estar consigo mismo, porque es tímido o porque es introvertido, que se aísle porque se siente o ha sido marginado, porque no sabe relacionarse o porque trata de alejarse de algo o alguien o está deprimido.
“Que los adolescentes se aíslen de sus padres no es preocupante, lo preocupante es si no aparece la intimidad, la reserva, que es uno de los aspectos que debutan en la adolescencia y que denotan que el adolescente se está desarrollando bien”, asegura Jorge Tió, psicólogo clínico y coordinador del equipo de atención al menor de la Fundació Sant Pere Claver. Explica que en la adolescencia los chavales necesitan salir de las relaciones más dependientes de la infancia y crear espacios personales. Eso justifica que a veces quieran estar solos y que comiencen a dar valor a la reserva para sentirse más autónomos y más seguros. “Que el joven lo cuente todo indica que tiene necesidad de que todo el mundo se entere de todo para tener seguridad”, apunta.
Mario Izcovich, responsable del grupo de investigación en adolescencia del Col•legi de Psicòlegs de Catalunya, asegura que cada adolescente es distinto y se comporta de forma diferente, pero que es muy frecuente que el adolescente marque distancia con los adultos –especialmente con los padres– y se recluya en sí mismo para construir su intimidad, y eso se traduzca en que cierra la puerta de su habitación, se encierra en el baño, cuenta pocas cosas de los amigos y de la escuela… “Los padres han de aceptar esta transformación, es importante; pero los hay que no lo soportan, que se angustian y entran en el baño o en la habitación del hijo sin llamar, revisan sus cosas, el ordenador y quieren saber qué hace, qué piensa, qué pasa en la vida de su hijo. Se crea una dinámica policial que provoca más rechazo por parte del adolescente y le lleva a encerrarse más”, indica Izcovich.
Porque si algo tienen claro quienes tratan con adolescentes es que estos se alejan de los padres cuando les tratan como niños, cuando les están preguntando constantemente cómo está, si necesita algo o dándoles consejos no pedidos o diciéndoles directamente lo que deben hacer. “Con este tipo de actitudes los padres lo único que consiguen es que el hijo se cierre más, que es su forma de decir que ya no es un crío, que tiene capacidad para pensar y reflexionar por sí mismo; pero es que a los padres nos cuesta mucho aceptar que nuestros hijos se van haciendo mayores y se van independizando, cuando deberíamos tener claro que el mayor éxito de un padre o madre es hacerse prescindible para los hijos”, reflexiona el sociólogo Javier Elzo, que durante años ha investigado sobre el comportamiento y la educación de los jóvenes.
Tió apunta que a los padres a los que la intimidad de sus hijos les despierta ansiedad o desconfianza les puede tranquilizar comprobar si se socializa, si fuera de casa sí tiene relaciones y, sobre todo, si hace relaciones nuevas, si sale del grupo de amigos que le ha acompañado durante la infancia, una conducta que considera indicativa de un sano desarrollo. “Que aparezcan grupos espontáneos a partir de los nuevos contactos que se hacen a esas edades es importante para el desarrollo del adolescente porque ahí puede intercambiar todo lo nuevo: sus cambios corporales, sus cambios en la forma de pensar, en sus valores; aparece el intercambio erótico, de ideas, y así se confronta con los padres y se separa de la infancia”, justifica.

miércoles, mayo 08, 2013

CINCO CLAVES FELICIDAD MATRIMONIO

1. Mi mujer sigue siendo mi mejor amiga; lo era antes de casarme con ella y lo sigue siendo casi quince años después. Es un sentimiento recíproco. Nunca he tenido la necesidad de contarle algo a otra persona antes que a ella. Es verdad que el amor conyugal va más allá de la mera amistad, pero gran parte de los matrimonios se hunden por la falta de comunicación, incluido el aspecto sexual. No hay que olvidar que la confesión, hablar, es previa a la comunión, actuar. Es el primer test que hay que realizar. ”Las cosas se complican si el afecto se limita a los momentos de pasión”.
2. Siempre hemos pensado que el secreto del amor perdurable radica en ensalzar lo bueno de la pareja y aceptar lo malo. Exactamente lo contrario a lo que ocurre en muchos matrimonios, especialmente conforme va pasando el tiempo. No está mal pararse a reflexionar sobre las virtudes y defectos del cónyuge, una vez transcurrido el periodo de EMT, enajenación mental transitoria. Sabiendo el terreno que se pisa, es más difícil caer en una zanja. Y, de partida, el hombre y la mujer, caso que nos ocupa, son esencialmente distintos en sus motivaciones, afectivas unas y racionales otros, y en las formas en las que se manifiestan. Cosas de la naturaleza. ”Llenamos el caldero de risas y salero, con trajes de caricias rellenamos el ropero”.

HABLAR A LOS HIJOS DE LA MUERTE


Mi hija ha visto mil veces El Rey León, pero anoche no me pidió que le pasara rápido la escena en la que muere Mufasa.

 

Hablar a los hijos de la muerte

Gema Lendoiro - ABC, 26 de marzo 2013. 


No soy persona a la que le guste ponerse melodramática pero hay temas que son ineludibles. Reconozco que una de las cosas que me intrigan es saber cómo responder a mis hijas el día que me pregunten qué significa la muerte y qué pasa cuando te mueres. Y es que siendo como soy creyente, tengo fe en el más allá pero no certeza.

Sé que la idea de la muerte es todavía muy pronto para que doña Tecla ande haciendo averiguaciones (2 años y medio) pero es ayer, mientras cenaba, le puse El Rey León. La ha visto mil veces pero fue anoche la primera que no me pidió que le pasara rápido la escena en la que muere Mufasa. No sé qué extraño sexto sentido le dijo la primera vez que la vio que aquello no le gustaba y siempre ha preferido evitarlo. El caso es que ayer no lo pidió y a mí, la verdad, se me pasó. Yo seguí haciendo cosas en la cocina cuando de repente me fijé en ella y la vi hecha un mar de lágrimas, de esas serenas y profundas, sin ruidos. Sentí un pinchazo en el estómago porque me di cuenta de que estaba comprendiendo, muy vagamente, una idea de muerte.
Es difícil explicar a un hijo qué es la muerte y por qué se produce cuando uno mismo rehúye hablar del tema porque nos da miedo lo que no conocemos. Me quedé mirándola y enseguida se dio cuenta y lo rechazó con un enérgico: “mamá, tita, no miras” Que la niña tiene su carácter. Respeté que le diera vergüenza tener sentimiento y no le hice ningún comentario. Pero estuvo suspirando un buen rato.
Tengo tiempo hasta que llegue el día pero me temo que cuando llegue tendré idéntico problema que otros padres, sean creyentes o no. Bueno, rectifico. Creo, en mi humilde opinión, que es más sencillo explicar que te vas al cielo que decir que todo se acaba. O que no sabes qué pasa. Aún así es duro. Y tiene que serlo porque a mi edad la idea de la muerte me ronda a menudo y confieso que la temo. Más temo morirme pronto y dejar a mis hijas sin madre que a otra cosa pero ese es otro tema. El caso es que ahora que el problema ha asomado, de puntillas, sobre la mesa, voy a empezar a pensar cómo enfocaré en el futuro la pregunta que todo niño hace tarde o temprano. Porque qué difícil es explicarle a los hijos que somos finitos, quizá la única verdad que aceptamos todos los seres humanos como universal. Que todos nos vamos a morir, dejar este mundo. Tengo la intuición de que contándoles las cosa más adornadas sufren menos pero sufren. Pero es ley de vida, ¿no creen?