lunes, agosto 16, 2010

HIJOS Y DIVORCIO

Hay relatos bíblicos que son contemporáneos. Consultado el rey Salomón por el destino de un hijo disputado como propio por dos madres, propone la siguiente estrategia: "Partid en dos al niño vivo, y dad la mitad a la una y la otra mitad a la otra". De este modo, Salomón pronuncia su sentencia, confiando en que la verdadera madre será la que renuncie a reclamar a su hijo con tal de salvar la vida de este.

Divorcios controvertidos, demandas legales, medidas cautelares y situaciones de resentimiento no resueltas de la conyugalidad exponen con frecuencia a los hijos a tironeos irresolubles. Con un grado de ensañamiento variable, pero lesivo siempre, eligen -a veces sin saberlo- al propio hijo como rehén.

A todas las edades, los hijos vociferan: "¡A mí no me metan en el medio!". Pero ocurre que no solamente están en el medio, sino que siguen siendo el blanco o, dicho de otra manera, el trofeo al que aspiran en la pugna.

De aquellas ex parejas que no podían vivir bien juntas, pero que tampoco pueden aceptar separarse dignamente, emerge -para desgracia de sus hijos- el tormento de Túpac Amaru. Forcejear sobre los hijos hasta el límite es una de las expresiones actuales de desamparo y miseria en el supuesto cuidado de la propia cría.

Una suerte de abuso, de alienación, cuyas dimensiones y excesos no son suficientemente tenidos en cuenta. Judicializar a los niños hoy es moneda corriente. Sin desmerecer las ocasiones en las cuales la mediación de los especialistas protege y resuelve, cabe preguntarnos por el costo emocional que tienen para un hijo estas estrategias bélicas.

A cualquier edad, los hijos padecen los efectos de una separación parental. Pero cuanto más insistan los padres en seguir batallando, mayores serán la impotencia y la frustración que recaigan sobre los menores.

Sin duda, en cada "expediente" hay dos versiones de la historia, hay -en ambos casos- argumentos sustentables, testimonios que avalan el propio punto de vista, y propuestas planteadas en nombre "del bien" de los hijos. Pero lo que no es legible en dichos legajos es el sentimiento de traición que tiene un hijo, de estar siempre fallándole a alguno de sus padres. Tampoco se deja leer con facilidad el dolor que produce en un hijo escuchar, o a veces tan sólo respirar, el desprecio y el odio que siente un padre por quien es su mamá. Ni qué decir cuando el pedido de alianza y complicidad con alguno en particular se hace explícito, imponiéndole, por ejemplo, faltar a la verdad.

Sentimientos de culpa o de falta de lealtad hacia uno de los padres angustian y hacen tambalear la confianza que necesita todo niño para crecer en armonía. Temores e inseguridad en sus múltiples variantes de expresión atraviesan estas historias de tironeo estéril ejercido sobre los hijos.

Cuando el rey Salomón es llamado a mediar entre dos partes que pelean por la posesión de un tercero, logra sabiamente ubicar el conflicto en su justo lugar: opta por el niño. Y lo hace inclinándose por aquel progenitor que, renunciando al propio deseo, elige como prioridad la integridad de su hijo.

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Por Susy Mauer
La autora es psicoanalista; autora, junto con Noemí May, del libro Desvelos de padres e hijos (Emecé)

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