domingo, febrero 24, 2008

50 AÑOS MATRIMONIO

Liliana Esmenjaud



Mi querida Celia:

Hoy cumplimos 50 años de casados. ¿Cómo manifestarte lo que siento en estos momentos? No tengo palabras, y tú no puedes escucharlas, pero de todas formas intentaré expresarme. Antes que todo quiero agradecerte los momentos felices que hemos pasado juntos. ¡Son tantos que no sabría por dónde comenzar!… la llegada de cada uno de los hijos… sus primeros triunfos (al aprender a caminar, a hablar, a escribir…)… los viajes… tantos recuerdos se vienen a la mente… tú siempre presente, tú siempre sonriente, haciéndonos la vida más agradable a todos. Que si uno se cayó, tú tenías la solución; que si me corrieron del trabajo, tu sonrisa comprensiva me animaba; que si faltaba dinero, tú eras la primera en ahorrar; que si nos iba bien, tuya era la iniciativa para festejar… ¡qué feliz me has hecho en estos años!

Ciertamente hubo momentos difíciles, en los que tu prudencia salió a flote. Cuando en el trabajo las cosas iban mal, yo prefería callar, y tú no violentabas mi silencio. Tu compañía silenciosa y respetuosa eran mi seguridad y mi sosiego. No sé cómo te las arreglabas, pero siempre estabas presente, a mi lado. ¡Cuántos proyectos míos hiciste tuyos! Realmente no recuerdo uno solo en el que no te hubieras involucrado. En ocasiones no te sabía explicar lo que me pasaba, tú intuías y me acompañabas.

Gracias, y mil veces gracias, Celia querida, por tu amor, y por haberme enseñado a amar. De ti aprendí que el amor se paga con amor y que a toda una vida de amor, sólo puedo corresponder con un poco de amor. Poca gente entiende esto. Muchos me admiran y otros más me compadecen por los cuidados que te doy ahora que estás enferma. Es cierto que tu Alzheimer ha sido uno de los golpes más duros para mí, pero no considero estar haciendo nada por ti que tú no hayas hecho antes por mí: acompañarte en tu camino aunque no comprenda el porqué de este destino. Ciertamente extraño tu buen humor, tu simpatía, tus consejos… pero tu simple presencia me sigue animando. Tú sigues aquí a mi lado acompañándome y dando un sentido a mis días.

Dicen que no puedes oírme… de eso no estoy tan seguro. El que no te puedas comunicar no significa que estés del todo ausente. Por lo pronto procuro contarte todos los días mis cosas. Acaso ¿tú no lo hiciste antes conmigo, aún cuando yo no sabía qué decirte o parecía no escucharte por mis múltiples preocupaciones?

Que se acabó la diversión, que ya no te puedo invitar a cenar… pero ¿es que tú no renunciaste tantas veces a salir cuando yo estaba cansado?

Que si ya no me hablas… tu silencio involuntario me dice más que mil palabras. Tu testimonio me enseña a diario algo nuevo. ¿Cómo quejarme por mis pequeños achaques, cuando te veo sufriendo pacientemente aquí a mi lado? Tu presencia me ayuda a no pensar en mis cosas, en mis problemas, sino al contrario, me motiva a buscar de alguna manera demostrarte mi amor, como tú lo hacías mientras pudiste. En estos últimos años me has enseñado a amarte más puramente, sin buscarme a mí mismo.

Ahora sí te puedo decir que si te amo, te amo a ti y por ti misma, por lo que eres, y no por lo que haces por mí. Me has enseñado a valorarte más, y me estás dando la oportunidad de regresarte un poco el amor que tú me diste.

Estoy seguro que sí lo recibes, que mi intento no es inútil. Celia querida, aunque la gente no nos comprenda, hoy que cumplimos cincuenta años de casados, quiero repetirte otra vez, como aquel primer día, pero de una manera más consciente:

Te acepto, a ti, Celia,
en las buenas y en las malas,
en la salud y en la enfermedad,
y prometo amarte y respetarte
todos los días de mi vida.

Tu esposo que te quiere y no deja de admirarte,

José

No hay comentarios: