jueves, marzo 06, 2008

LA DEFENSA DE LA FAMILIA Y SUS VALORES

Rafael Navarro Valls afirma que “ningún estado europeo o americano ha aprobado un conjunto de leyes similares a las españolas, que hayan alterado tanto la ecología familiar”

Redacción - 06/03/2008
El catedrático de Derecho Eclesiástico y secretario general de la Real Academia de la Jurisprudencia y la Legislación, Rafael Navarro Valls, ha analizado para Análisis Digital el estado actual de España y ha comentado que algunas leyes aprobadas durante esta legislatura ya están erosionando el tejido social y sus efectos se notarán a corto y medio plazo

¿Qué significa ser de izquierdas? ¿Y qué significa ser de derechas en el Siglo XXI?

Existe una especie de sincretismo político en el que la izquierda, a secas, tiende a desplazarse topológicamente hacia el centro. Este desplazamiento (hoy se habla más de centro-izquierda que de izquierda) viene producido probablemente porque durante décadas el socialismo real (comunismo) fue la “quintaesencia de los sueños de la izquierda”. El despertar de la utopía con la caída del muro y el hundimiento del socialismo real en los países del Este fue traumático. Como se ha dicho: “en 1989 la izquierda descubrió que el sueño producía la penuria de las libertadas y, accesoriamente, el de los bienes“.

Si en la izquierda se observa un cierto pudor terminológico, en la derecha hay un auténtico pánico a ser calificado con tan desnudo adjetivo. No olvida que en sus aledaños surgió el dragón fascista, lo cual la izquierda lo aprovecha disparando y calificando de fascista todo lo que se mueva a su derecha. De ahí la tendencia de la derecha –paralela a la de la izquierda- de calificarse de “centro-derecha”. Sin embargo, han surgido políticos sin complejos (Reagan,Tatcher etc) para quienes los de “derechas” “son aquellos capaces de hacer lo que los de izquierda se limitan a seguir debatiendo”. Para otros, el dilema consistiría en elegir entre “una izquierda que ofrece justicia con tumulto y una derecha que ofrece orden con desigualdad”. Yo opino que hay dos derechas y dos izquierdas. La izquierda y derecha moderadas consideran la historia como una continuidad en la que el género humano progresa poco a poco desde lo francamente intolerable a lo simplemente aceptable. La derecha e izquierda utópicas consideran la Historia como una alternativa de catástrofe y salvación , en la que la revolución llevaría a la humanidad a un nuevo cielo y a una nueva tierra. En una palabra: el centro de la derecha y de la izquierda creerían en perfeccionamientos progresivos; sus alas extremas en soluciones totales y utópicas. Desde mi punto de vista hoy es absolutamente necesaria la colaboración entre las exigencias de equidad que oculta el ideal igualitario y los imperativos de dignidad que oculta el esfuerzo por la libertad. Ambos son valores que hay que llevar al juego político.

¿Por qué la derecha conservadora es tan timorata a la hora de plantear al electorado la necesidad de respetar ciertos principios morales?

Probablemente porque la presión del laicismo radical le hace olvidar que el ideal sobre el que bascula hoy la democracia, esto es, la igual dignidad y responsabilidad de personas con talento, clase o fortuna desiguales, es un ideal de origen cristiano, posteriormente secularizado. Olvida –por ignorancia histórica- que la historia real del laicismo -por ejemplo en Francia- está lleno de ejemplos de atentados contra la libertad, de líderes religiosos arrestados, de propiedades de esos grupos incautadas por el Estado. No deja de tener razón Michael Burleigh cuando, después de estudiar rigurosamente el fenómeno, concluye que: “Dado que en la historia del laicismo europeo hay periodos oscuros, incluido un genocidio cometido en nombre de la Razón, quizá las personas religiosas deberían mostrarse menos a la defensiva de lo que suelen frente a los ataques de algunos laicistas radicales”. En una palabra, existen muchas personas llenas de buena intención que se amilanan ante las arremetidas de lo “políticamente correcto” que desemboca en lo que viene llamándose el “antimercantilismo moral”. Una especie de temor a entrar en el juego de la libre concurrencia de las ideas y los valores morales. Miedo que esconde cierta desesperanza con respecto a la fuerza atractiva de los valores, de lo que cada uno tiene por bueno. Al convertirse en premisa social - o , mejor, del aparato ideológico que la manipula- la idea de que sólo es presentable en la sociedad una moral light, dispuesta a transigir en sus creencias, las personas que mantienen convicciones morales profundamente arraigadas inmediatamente son marcadas con la sospecha de la intolerancia, es decir, con el estigma de un latente peligro social. Sospecha que les lleva con demasiada frecuencia a esa posición, que Tocqueville llamaba la “enfermedad del absentismo”, por la que el hombre se repliega sobre sí mismo encerrándose en su torre de marfil, ajeno e indiferente a las ambiciones, incertidumbres y perplejidades de sus contemporáneos, mientras la gran sociedad sigue su curso. Una posición, en suma, que significa complejo de inferioridad fruto de una lamentable ignorancia.

Hablando de moral, ¿cómo valora usted las leyes sociales aprobadas durante esta legislatura?

En el mundo occidental hoy España representa un país anómalo. Ningún estado europeo o americano ha aprobado un conjunto de leyes similares a las españolas, que hayan alterado tanto la ecología familiar. Pensemos en la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo. Con esa anomalía jurídica España se alinea con esos tres o cuatro países –de un total de 182 representados en la ONU- que han planteado, entre otras cosas, un verdadero problema de derecho internacional privado. Al tiempo, la llamada ley de divorcio “al vapor” es otra anomalía en el panorama mundial que permite a los tres meses de matrimonio romper la unión sin alegación de causa. Con esta ley, el matrimonio se convierte en el único contrato del Derecho español que puede ser disuelto sin causa que lo justifique. El problema de esta reforma es que no altera solamente lo que podríamos llamar “la salida del matrimonio”, también modifica la perspectiva de su “ingreso”. Quiero decir, que cuando alguien se casa sabiendo que el plus de fidelidad y permanencia de su unión es bajo, invierte poco en ella, la trivializa. A estas leyes se suman las de identidad sexual, que permite el cambio de sexo sin operación quirúrgica o la de investigación biomédica con permisión de clonación terapéutica, práctica contraria a la recomendaciones de la ONU, por citar algunas otras. Este conjunto de leyes están ya erosionando el tejido social. Sus efectos se notarán a plazo medio e incluso corto.

¿Por qué la izquierda en general no resiste una crítica ética que proceda de la Iglesia o de los ambientes católicos?

Depende de la izquierda a la que se refiera. Por ejemplo, cuando Clinton se instaló en la Casa Blanca, uno de los temas que le abrumaban era el maltrato que la familia americana había recibido de la politica. Decía: “Creo firmemente en la separación entre la Iglesia y Estado, pero también creo que ambos hacen valiosas contribuciones a la fortaleza de nuestra nación, y que en ocasiones pueden cooperar para el bien común, sin violar la Constitución”. Esto explica por qué tanto la derecha como la izquierda americana ha escuchado respetuosamente la declaración conjunta que han hecho los obispos norteamericanos al iniciarse la campaña electoral en marcha hacia la Casa Blanca . Por contraste, en España, el gobierno no ha encajado bien las críticas hechas desde planteamientos éticos por los obispos. Es otra anomalía en Occidente. Hace unos años, Desmond Tutu mostraba su oposición a una serie de medidas no estrictamente razonables del Gobierno de turno. Su argumentación giraba sobre textos bíblicos. Nadie se extrañó –salvo los que se sintieron aludidos– de que un clérigo hiciera pacíficamente referencia pública al respeto a los derechos humanos. De hecho, poco después recibía el Premio Nobel, y hoy es una de las personalidades llamadas por el Gobierno español para colaborar con la la Alianza de Civilizaciones. Años antes un pastor baptista, Martin Lutero King, hacía una apasionada defensa de los derechos humanos, extrayendo sus ideas “de mi formación cristiana”. Una muchedumbre cercana al millón de personas escuchó en Washington su pacífica “homilía” (“¡He tenido un sueño!”), basada en la convicción de que todos somos hijos de Dios. Salvo los que se sintieron concernidos, la comunidad americana y la internacional le escuchó respetuosamente, concediéndole también el Premio Nobel. Cuando Juan Pablo II se opuso al conflicto iraquí, sus razonamientos, desde los derechos humanos y la fe cristiana, fueron atentamente ponderados, aunque con la natural reserva, por aquellos que enviaron las tropas. Podría traer a colación otros ejemplos de personalidades eclesiásticas que han defendido postulados que contradecían valores y reglas de convivencia emanadas de leyes positivas que se habían dado determinados Gobiernos y sociedades. El tiempo demostró que la legitimidad sustancial, muchas veces, estaba con ellos, frente a la simple legitimidad formal parlamentaria. Y es que también los Estados tienen esqueletos en el armario, en materia de derechos humanos. En realidad, la reivindicación de una verdad “trascendente” con la cual se critica el dato de hecho que supone la existencia de ciertas reglas jurídicas injustas, no está en modo alguno en contradicción con el reconocimiento de la legitimidad o la autonomía del proceso democrático, significa tan sólo que el poder (aun apoyado en la mayoría) y el Derecho no quedan automáticamente equiparados.

domingo, febrero 24, 2008

50 AÑOS MATRIMONIO

Liliana Esmenjaud



Mi querida Celia:

Hoy cumplimos 50 años de casados. ¿Cómo manifestarte lo que siento en estos momentos? No tengo palabras, y tú no puedes escucharlas, pero de todas formas intentaré expresarme. Antes que todo quiero agradecerte los momentos felices que hemos pasado juntos. ¡Son tantos que no sabría por dónde comenzar!… la llegada de cada uno de los hijos… sus primeros triunfos (al aprender a caminar, a hablar, a escribir…)… los viajes… tantos recuerdos se vienen a la mente… tú siempre presente, tú siempre sonriente, haciéndonos la vida más agradable a todos. Que si uno se cayó, tú tenías la solución; que si me corrieron del trabajo, tu sonrisa comprensiva me animaba; que si faltaba dinero, tú eras la primera en ahorrar; que si nos iba bien, tuya era la iniciativa para festejar… ¡qué feliz me has hecho en estos años!

Ciertamente hubo momentos difíciles, en los que tu prudencia salió a flote. Cuando en el trabajo las cosas iban mal, yo prefería callar, y tú no violentabas mi silencio. Tu compañía silenciosa y respetuosa eran mi seguridad y mi sosiego. No sé cómo te las arreglabas, pero siempre estabas presente, a mi lado. ¡Cuántos proyectos míos hiciste tuyos! Realmente no recuerdo uno solo en el que no te hubieras involucrado. En ocasiones no te sabía explicar lo que me pasaba, tú intuías y me acompañabas.

Gracias, y mil veces gracias, Celia querida, por tu amor, y por haberme enseñado a amar. De ti aprendí que el amor se paga con amor y que a toda una vida de amor, sólo puedo corresponder con un poco de amor. Poca gente entiende esto. Muchos me admiran y otros más me compadecen por los cuidados que te doy ahora que estás enferma. Es cierto que tu Alzheimer ha sido uno de los golpes más duros para mí, pero no considero estar haciendo nada por ti que tú no hayas hecho antes por mí: acompañarte en tu camino aunque no comprenda el porqué de este destino. Ciertamente extraño tu buen humor, tu simpatía, tus consejos… pero tu simple presencia me sigue animando. Tú sigues aquí a mi lado acompañándome y dando un sentido a mis días.

Dicen que no puedes oírme… de eso no estoy tan seguro. El que no te puedas comunicar no significa que estés del todo ausente. Por lo pronto procuro contarte todos los días mis cosas. Acaso ¿tú no lo hiciste antes conmigo, aún cuando yo no sabía qué decirte o parecía no escucharte por mis múltiples preocupaciones?

Que se acabó la diversión, que ya no te puedo invitar a cenar… pero ¿es que tú no renunciaste tantas veces a salir cuando yo estaba cansado?

Que si ya no me hablas… tu silencio involuntario me dice más que mil palabras. Tu testimonio me enseña a diario algo nuevo. ¿Cómo quejarme por mis pequeños achaques, cuando te veo sufriendo pacientemente aquí a mi lado? Tu presencia me ayuda a no pensar en mis cosas, en mis problemas, sino al contrario, me motiva a buscar de alguna manera demostrarte mi amor, como tú lo hacías mientras pudiste. En estos últimos años me has enseñado a amarte más puramente, sin buscarme a mí mismo.

Ahora sí te puedo decir que si te amo, te amo a ti y por ti misma, por lo que eres, y no por lo que haces por mí. Me has enseñado a valorarte más, y me estás dando la oportunidad de regresarte un poco el amor que tú me diste.

Estoy seguro que sí lo recibes, que mi intento no es inútil. Celia querida, aunque la gente no nos comprenda, hoy que cumplimos cincuenta años de casados, quiero repetirte otra vez, como aquel primer día, pero de una manera más consciente:

Te acepto, a ti, Celia,
en las buenas y en las malas,
en la salud y en la enfermedad,
y prometo amarte y respetarte
todos los días de mi vida.

Tu esposo que te quiere y no deja de admirarte,

José

miércoles, febrero 20, 2008

EDUCAR EN EL ESFUERZO

Los tres grandes obstáculos para una cultura del esfuerzo, según Francesc Torralba

miércoles, 20 de febrero de 2008
Víctor Ruiz


Forum Libertas

Educar en valores no es tarea fácil dados los tiempos que corren. Transmitir a nuestros hijos, por ejemplo, la idea de que el esfuerzo es necesario para su formaciónAlmudi.org - Francesc Torralba integral, para construir su personalidad, se estrella en demasiadas ocasiones con el modelo de sociedad que proyectan los medios de comunicación -especialmente la televisión- y fomentan incluso las administraciones.

Se trata de un modelo basado en no renunciar a nada, vivir sin complicarse la vida y esquivar el esfuerzo, que es la mejor forma de medir la felicidad en términos de placer inmediato, aunque lleve aparejados la pereza, el egoísmo y, a la larga, el fracaso.

¿Cómo ejercer entonces una pedagogía del esfuerzo cuando los valores fundamentales para la formación de nuestros hijos son devaluados por aquéllos que deberían promoverlos? La respuesta no es fácil y requiere de buenas dosis de voluntad y paciencia.

Por otra parte, cuando los pequeños se esfuerzan en realizar una actividad concreta y fracasan en el intento, con demasiada frecuencia los padres tendemos a solucionar el problema al que se enfrentan, en lugar de animarles a que sigan intentándolo.

Aprender sin esfuerzo, una quimera

Sin embargo, el esfuerzo es un elemento básico en el proceso de educación de los jóvenes. Aprender sin esfuerzo es, sencillamente, una quimera. ¿Cómo abordará el niño con éxito su próximo desafío sin haber superado por él mismo el anterior? Sólo con esfuerzo y una cierta renuncia a los ‘cantos de sirena’ se puede lograr un objetivo medianamente serio en la vida.

Todo esto lo sabe bien Francesc Torralba i Roselló, profesor catedrático de Filosofía de la Universidad Ramon Llull y miembro colaborador del Instituto Borja de Bioética, quien, además de sus actividades académicas, ofrece conferencias en centros escolares sobre la importancia de la cultura del esfuerzo.

El pasado 24 de enero, en la Escola Grèvol, centro escolar concertado del Front Marítim (Poblenou, Barcelona), Torralba subrayó en una de esas conferencias que “los frutos que se derivan de una pedagogía del esfuerzo son frutos profundos”.

Sin embargo, advirtió el profesor de Filosofía y padre de familia numerosa, para educar a los hijos en una cultura del esfuerzo, lo que él denomina como un “impulso continuado a lo largo del tiempo”, se han de superar tres grandes obstáculos.

Cabe recordar aquí que la Escola Grèvol es pionera en Europa en impartir la asignatura ‘Emprendedores’, a través de la cual los alumnos, mediante esfuerzo y buenas dosis de imaginación, realizan un viaje iniciático al para ellos aún complejo lenguaje de la economía, los negocios, la política y la expresión en público en inglés. Se organizan en grupos, con lo que se potencia el trabajo en equipo y pueden ver plasmados en proyectos que llevan a la práctica el resultado de sus esfuerzos.

“Ya te lo haré yo”

El primero de esos obstáculos, considera Torralba, “es el paternalismo, el ‘ya te lo haré yo’ que los padres solemos exclamar cuando nos domina la impaciencia por resolver una situación que es el hijo quien ha de resolver [...]. Antes que pasar por ver cómo nuestro hijo se hace un lío para cocinar una simple tortilla preferimos hacérsela nosotros”.

Ese paternalismo entra en una evidente contradicción: “queremos que se esfuercen, pero les resolvemos los problemas. Vemos que se esfuerzan y no consiguen su objetivo, así que se lo hacemos nosotros”, añade.

Torralba, autor de libros como El arte de saber escuchar; ¿Otro mundo es posible? Educar después del 11 de septiembre; o Padres e hijos, la aventura de encontrarse hoy, asegura que, mientras tanto, el adolescente es consciente de que “alguien me lo hace siempre”.

“La cara luminosa, no el Gólgota”

El segundo obstáculo, dice Torralba, son los modelos que niños y adolescentes ven proyectados en la tele, o sea, “jóvenes que lo consiguen todo, mientras sus padres son, en muchas ocasiones, unas personas más o menos grises que se matan para pagar una hipoteca”.

“Ven el modelo, como un Fernando Alonso, pero no ven todo el esfuerzo que cuesta llegar a ello. Y es que, culturalmente, los medios muestran la cara luminosa, pero no el ‘Gólgota’, el tremendo esfuerzo que hay detrás de ese triunfo”, advierte el catedrático.

Un mito ingenuo

Para este experto en educación, el tercer obstáculo se encuentra en el mito según el cual “todo el mundo puede hacerlo todo si se esfuerza”. Torralba considera que “ésta es una idea ingenua”.

“Tú, hijo, algunas cosas y con dificultad”. “Salvo excepciones, esa es la realidad cotidiana”, y no ese “falso mito de igualdad”, plantea el profesor de filosofía.

Sin embargo, no se trata de proyectar en nuestros hijos nuestras propias frustraciones, sino que Torralba cree que el mensaje para ese hijo debe incidir más en que “todo no, pero tienes tus propias capacidades y eso puede hacer que llegues a realizarte consiguiendo aquello para lo que estás capacitado”. Para ello, es necesario “observar atentamente cuáles son sus potencias y aconsejarles desarrollar aquello para lo que valen”.

“¿Cómo vencer estos tres obstáculos?”, se pregunta Torralba, quien sugiere algunas estrategias para hacerles frente.

“Es importante intentar inculcarle la motivación o ‘impulso’, porque si puede hacerlo sin esforzarse, mejor para él”; pero “no son buenas las amenazas del tipo: ‘si no lees...’; es una vía negativa. Al final, acaba por odiarse la lectura”, advierte.

Pedagogía de la contrariedad

Pero, entonces, “¿qué tipo de motivación podemos dar? Pues la vía más pragmática, o sea hacerle ver que ese esfuerzo tendrá sentido en su vida, en su formación. El esfuerzo es básico para poder desarrollarse”.

Otra buena estrategia es “mostrarle los beneficios del esfuerzo con ejemplos cercanos, que conozcan o que admiren, siempre insistiendo en que a esos triunfadores no les han regalado nada, que detrás de lo ‘luminoso’ hay siempre un gran esfuerzo”, insiste.

Y es muy importante practicar la “pedagogía de la contrariedad”. Que el niño o adolescente se encuentre con contrariedades que le estimulen a esforzarse.

“Confrontar las contrariedades en el proceso de aprendizaje le ayudará a salir adelante. Si no se esfuerza en solucionarlas nadie lo hará por él y esa es la realidad que hay fuera del ‘nido’. Si no encuentra obstáculos en el camino no aprenderá nunca a superarlos”, asegura el catedrático.

Torralba recurre al ejemplo de la bicicleta: “Cuando son pequeñitos, primero van en triciclo y luego pasan a la bicicleta con dos ruedas pequeñas de soporte. Pero, será necesario que los padres se dejen los riñones aguantando el sillín mientras corren detrás de la bici y que ellos se despellejen las rodillas de vez en cuando para que aprendan a ir a dos ruedas”.

Y recuerda asimismo la anécdota de aquella señora que se dirigió a una violinista con estas palabras: “Daría la vida por tocar como usted”. La violinista contestó diciendo: “¡Qué cree que he hecho yo!”.

Pero, “cuando hablamos de contrariedades, ¿a qué nos estamos refiriendo? Pues por ejemplo a algo tan simple como hacer los bocadillos. Si nunca se pone porque ‘lo hace mal’, si no empieza por lo relativamente simple, difícilmente podrá superar cuestiones u obstáculos más complejos”, aclara Torralba.

Al mismo tiempo, llegará a situaciones como la que ha fomentado el Ministerio de Educación al permitir que los alumnos de Bachillerato puedan pasar con cuatro materias suspendidas: “He pasado, soy universitario, se dirá más tarde, orgulloso de sí mismo. Pero, eso sí, no sabrá escribir correctamente”, constata el experto.

“Frutos profundos”

Por el contrario, “cuando detrás del ingreso en la universidad hay un esfuerzo, cuando se ha sudado tinta para superar todos los obstáculos que han conducido al alumno hasta ahí, los frutos que se derivan de esa pedagogía del esfuerzo son frutos profundos”, asegura Torralba.

Así, cada vez que ese joven se encuentre con alguna contrariedad, la asumirá e intentará de nuevo resolver el problema al que se enfrenta.

El resultado de la cultura del esfuerzo forja también la personalidad del adolescente y “le dota del valor de la prudencia, de manera que aprende también a decir ‘no’ ante situaciones ‘peligrosas’, como la ingesta de alcohol o drogas. Saber decir ‘no’ cuando es conveniente es algo mucho más fácil para un joven si se ha formado en una pedagogía del esfuerzo”.

Torralba nos recuerda también la hipercompetitividad que existe actualmente en todos los campos. “Es inmisericorde, no tiene entrañas”. “Acabar los estudios como ‘pardillos’ y enfrentarse a la ‘jungla’ que hay fuera no es cosa sencilla.[...] Sabiendo desarrollar la cultura del esfuerzo convenientemente esa prueba de fuego se supera con más facilidad”, afirma.

“Educar, cosa de padres”

Por otra parte, “el trabajo de educar es, esencialmente, un trabajo que corresponde al padre y a la madre. Actualmente, aún reconociendo la dificultad que conlleva conciliar la vida laboral y familiar, hay una cierta tendencia a la dejadez y a delegar muchas veces esa tarea a la escuela: ‘Pago, ahí os lo dejo’”.

No me cansaré nunca de recordarlo: “el primer responsable de la educación de los hijos son los propios padres”, insiste.

Torralba advierte al mismo tiempo de que no hay una relación directa entre el esfuerzo y los resultados, de manera que suele ocurrir que lo que funcionó bien en nuestro primer hijo no da el mismo resultado en el segundo.

Es tarea de los padres el “hacerles ver el enorme ‘capital’ que tienen dentro en potencia, a través de su recorrido vital”.

Los hijos tienen que asumir sus propias responsabilidades. Deben aprender a preguntarse ¿por qué fracaso reiteradamente en esto? No se puede recurrir siempre a echar la culpa a los demás. Es mejor hacerles ver que “el fracaso tiene un enorme valor pedagógico, que forma parte de la condición humana para aprender”, dice el experto.

Para concluir, Torralba asegura que “el resultado del esfuerzo da ‘felicidad’, que no es lo mismo que placer. Es difícil encontrar a alguien que, tras un enorme esfuerzo y sacrificio culminado con éxito, no haya experimentado esa felicidad. Y os animo a transmitirles eso a vuestros hijos”.

“Además, el estado subjetivo de felicidad que se deriva del esfuerzo da impulso para realizar un nuevo esfuerzo ante un nuevo reto” recalca.

miércoles, enero 16, 2008

PROGRESO Y FAMILIA

¿Qué entiende por progreso el pensamiento postmoderno? ¿Puede haber progreso en contra del matrimonio y de la familia? El filósofo alemán Robert Spaemann reflexiona sobre estos asuntos en este extracto del libro Humanidades para el siglo XXI (EUNSA)


Desde sus inicios, la civilización moderna ha estado acompañada por la sombra de la crítica de la modernidad, de la crítica de la ciencia y de la crítica de la civilización. Aunque estas dudas no han podido cambiar el curso de los acontecimientos, ciertamente han contribuido a la humanización del progreso. Con todo, sólo en las últimas décadas ha comenzado una reflexión seria acerca de la modernidad. Más seria porque, en primer lugar, no pone sistemáticamente en tela de juicio la modernidad, sino que es consciente de lo que todos le debemos. Esta reflexión posmoderna quiere incluso defender los logros de la modernidad contra su tendencia hacia la autosupresión. El pensamiento posmoderno está convencido de que los logros de la modernidad sólo se pueden salvar para el futuro si se arraigan en la naturaleza humana, y más profundamente de lo que quería y podía hacerlo la modernidad.
Hoy, el mito del progreso universal y necesario ha muerto. Se está tambaleando la fe en que este progreso sea el progreso por antonomasia, que eleve al hombre desde cualquier punto de vista, o incluso que sólo él lo convierta en verdadero hombre. Fue el movimiento ecológico el que, por primera vez, mentalizó a la gente de que muchos progresos tienen un precio y de que este precio es, a menudo, demasiado elevado. Igualmente crece la conciencia de que los medios de comunicación modernos, particularmente la televisión, se paga a menudo con una pérdida de madurez intelectual, de creatividad y de aquella forma sublime de formación en la que China, probablemente, haya alcanzado la cúspide entre todas las naciones. Esta conciencia no debe llevar a una actitud hostil hacia el progreso. Por lo menos, en Europa ya no empiezan a brillar los ojos cuando suena esta palabra.
El progreso ya no se experimenta como liberación, sino como destino. Lo que tenemos que abandonar es la idea de un progreso necesario universal, en singular. Sólo tiene sentido hablar de progreso cuando previamente indicamos en qué dirección se realiza y lo que cuesta. Precisamente por este motivo, sólo hay progresos en plural, progresos en la Medicina, progresos en la lucha contra la criminalidad, progresos en la técnica nuclear, progresos en el nivel educativo de una nación. Tenemos que preguntarnos si queremos o no este o aquel progreso; tenemos que preguntarnos cuál es en cada caso el precio de un determinado progreso, y si queremos pagarlo. Tenemos que preguntarnos con qué retroceso de índole material o espiritual pagamos este o aquel progreso. Después de la muerte del mito del progreso necesario en singular, recuperamos la libertad que había destruido aquel mito: la libertad de tomar decisiones concretas acerca de lo que queramos o no. Y esta libertad es una ganancia.

Porque la libertad es más que emancipación. Tener alternativas, pluralidad de opciones, es una condición de la libertad. Pero más importante que la pluralidad de opciones, más importante que la posibilidad de elección, es lo que nosotros elegimos al final. Más importante que un menú muy surtido es, a pesar de todo, la calidad de la comida. La posibilidad de divorcio forma parte de una sociedad libre, pero más importante que el divorcio son el matrimonio y la familia. Y, cuando los sociólogos miden el grado de libertad de una sociedad por el número de divorcios, están padeciendo una ofuscación ideológica. La tolerancia impune de la homosexualidad forma parte de una sociedad libre: la homosexualidad es un asunto particular. Pero allí donde esta relación particular se equipara con el matrimonio, evidentemente se pasa por alto el hecho de que el matrimonio y la familia son instituciones públicas. Lo son porque constituyen el espacio natural para la transmisión de la vida, para garantizar el futuro de la sociedad y el ejercicio de comportamientos sociales fundamentales.
La situación demográfica en Europa se acerca a una catástrofe. Un 40% de las mujeres con formación universitaria, en Alemania, ya no tiene hijos. Por el grave peso de esta evolución social, se empieza a poner en tela de juicio la concepción puramente emancipatoria de la libertad en casi todos los ámbitos políticos, porque tiene que haber algo equivocado en lo que amenaza la existencia misma de la sociedad.
Robert Spaemann

viernes, enero 04, 2008

FAMILIA TRADICIONAL?

Por JUAN MANUEL DE PRADA

SIEMPRE se me ha antojado entre redundante y rocambolesco que a la familia se la moteje de «tradicional». No me causaría mayor asombro si mañana entrara en un restaurante y, tras solicitar al camarero un guiso de conejo, éste me respondiese: «Perdone el señor, ¿se refiere a un conejo tradicional? Porque también podemos ofrecerle un conejo bípedo». «¿Y cómo han logrado obtener conejos bípedos? -preguntaría yo, sobresaltado ante la mención de tan portentosa quimera-. ¿Mediante manipulación genética?». «Oh, no señor -me respondería el camarero, con una sonrisita condescendiente-, son conejos criados del modo más natural: además de caminar sobre dos patas, tienen plumas en lugar de pelo y corona su cabeza una graciosa cresta». «Pero usted me está describiendo un pollo -le objetaría un tanto mosqueado al obsequioso camarero-. Y yo lo que deseo comer es conejo». «Creo que el señor no me ha entendido: existe un conejo tradicional, que hociquea y pega brinquitos; y existe un conejo bípedo, que se reproduce mediante huevos y come por el pico». «Que no, hombre, que no, que eso que usted llama conejo bípedo es un pollo de libro, un pollo de los de toda la vida, vamos», insistiría yo, entre divertido y exasperado. Ante lo cual, el camarero, herido en la víscera del orgullo y con ademán autoritario, me expulsaría del restaurante, murmurando: «Habráse visto, qué tío carca. ¡Pretender que los conejos tradicionales son los únicos que existen!».

Una impresión de desconcierto similar me golpea cuando oigo hablar de «familia tradicional», como una más de las posibles formas de familia. Uno puede entender que la gente se lo monte como le pete y pruebe las más imaginativas modalidades de combinación humana; uno puede entender incluso que, de resultas de algún trauma infantil o como consecuencia de una indigestión de pienso ideológico, llegue a aborrecer la familia. Pero que alguien que aborrece la familia desee usurpar su nombre ya requiere una explicación clínica. Yo, por ejemplo, aborrezco la gimnasia y me precio de no haber visitado en mi puñetera vida uno de esos quirófanos con olor a sobaco donde la gente mata su salud haciendo pesas y bicicleta ciclostática; pero cuando tengo que rellenar algún impreso oficial no se me ocurre poner en la casilla de la profesión «gimnasta de sofá». Tampoco pretendo concurrir en ninguna olimpiada, ni convencer a nadie de que mis confortables michelines, que tanto me abrigan en invierno, son en realidad músculos abdominales hiperdesarrollados. Digamos que acepto con plácida naturalidad que carezco de dotes gimnásticas; no entiendo por qué cierta gente que carece de dotes para fundar una familia pretende, en cambio, que la modalidad alternativa de combinación humana que escogen sea designada con el nombre que en realidad tanto detestan. Supongo que tanta terquedad obedece en el fondo a la supervivencia de un complejito; pero los complejitos, que merecen nuestra caridad, no pueden provocar el torcimiento del lenguaje. De una señora gorda podremos decir, por cortesía o sentido del humor, que está lozana, jamona o maciza; ponderar su esbeltez, en cambio, constituye un ejercicio de cinismo.

Y, salvo que juguemos al cinismo, hemos de reconocer que familia no existe más que una. Cuando decimos «familia tradicional» estamos formulando en realidad un pleonasmo, tan grotesco e hilarante como si dijéramos que después de comer nos gusta dar un «paseo pedestre». Pues «tradicional» viene del latín «traditio», que significa entrega, transmisión. No existe familia sin transmisión de vida, sin entrega de una generación a otra; y esa «traditio» se realiza mediante la unión permanente y fecunda de un hombre y una mujer que proyectan su fe en el futuro sobre una vida que los prolonga. Podemos jugar a torcer el lenguaje cuanto deseemos, podemos marear las palabras y someterlas a centrifugados y travestismos pintorescos; pero, por mucho que nos empeñemos, un pollo seguirá siendo un pollo, aunque lo envolvamos con una piel de conejo.